Ya nos hacemos a la idea de que no elegimos casi nada, o nada, tal como explica la ciencia desde tiempos a esta parte vamos camino de ídem, vamos a ver como el Ebro se ancha para el selfi. Pues eso, que dicen los expertos que no hay elección consciente entre A y B, sino que en el mejor de los casos es un automatismo de la evolución, quizá un remoto error de copiapegado: un algoritmo decide una milésima antes. Cada cosa que se descubre nos deja más esmirriados, con menos atributos: de casi divinos a casi autómatas. Que si el sol no gira alrededor de la tierra, que si Darwin, que si no somos los reyes de la creación, que si estamos solos y todo es azar o un desliz, que si no sabemos gestionar el planeta… Claro que cada avance, además de traer humildad de especie (y soberbia de grupo… del grupo que lo maneja), aporta alguna mejora: la penicilina, el microscopio, los rayos X, los cuentos de Aloma Rodríguez… Estos cuentos se titulan “Siempre quiero ser lo que no soy” y eso resume el hervor del cosmos y del mundo terrícola: si cada cual se quedara quietico en casa como decía Gracián, o quien lo dijera, hasta el virus se aburriría de sí y se autodestruiría clavándose su espícula: ¡ñak! Estos genomas nuestros se han copiado trillones de veces ¡y casi siempre bien! Ah sí, el de quedarse en casa era Pascal, pero todos copiaban a Gracián. Ojo: el genial José Luis Cano ha publicado en Media Vaca “El niño barroco”. Y Sergio Muro presenta hoy en Fnac su “Rompiendo moldes”, en TELL, la editorial de Juanjo Ariño.
(Columna en Heraldo, 15-12-21)
Me arrepiento de esta línea que estoy escribiendo. Y ella se arrepiente de mí. Ella esperaba ser una frase mejor, creo que la he decepcionado. Y ella a mí. Cada línea espera ser tan buena que sus palabras lleguen al corazón de las personas y muevan el mundo. Le das vida a una línea –o te la da ella a ti– y sale como un objeto independiente, un ser vivo que, si por azar es útil, llegará a otras personas, quizá llegue a una campaña de publicidad, a un discurso, a un meme viral o a una canción. Es su vida y vuela sola por un mundo en el que ya no controlas nada. Si es buena, si aporta algo, la línea de texto vive indefinidamente. Si la línea es floja se perderá como lágrimas en el cierzo. Si funciona, aguanta: la vigencia de “es lo que hay” o “no queda otra” reflejan algo de nuestros días. Es difícil hacer –o ayudar a nacer a– una línea buena, original, que mejore el mundo. Si sale buena, como un poema o una ecuación, puede incrustarse en las personas, abrir nuevos significados. Si aporta algo se insertará en el núcleo del genoma como una más, cuatro letras que se hacen química y tal vez ayudan a un cambio. Una línea buena necesita, como sus primos los virus, una espícula, el pincho que encaja en la cerradura, un alfabeto común. Estamos abiertos a nuevas frases, a nuevos sentidos, a una vida inédita que puede empezar en cualquier momento sin avisar… o quizá sólo aceptamos la frase que encaja en nuestra tal vez enmohecida cerradura. Por eso la línea más universal puede ser aquella que funciona como llave maestra: te quiero.
(Columna en heraldo de Aragón, miércoles 8, 12, 21)