Roberto Miranda escribe hoy sobre “Lo mejor de Zaragoza” en El Periódico de Aragón.
Su artículo “Una manera fantástica de mirar” está en la página 54.
Muchas gracias, Roberto, y muchas gracias a El Periódico de Aragón.
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ENSAYO.
María Clau y Mariano Gistaín publican un libro que es una declaración de amor a Zaragoza.
04/02/2010 ROBERTO MIRANDA
LO MEJOR DE ZARAGOZA
AUTORES María Pilar Clau y Mariano Gistaín
EDITA Ayuntamiento de Zaragoza
PÁGINAS 189
Volver a leer algo de Mariano Gistaín es una fiesta para el cerebro y hasta para la médula espinal. Durante años, Mariano tomó el pulso a Zaragoza desde EL PERIÓDICO y escribía, un martes de noviembre, por ejemplo: “Se acerca la peligrosísima navidad y las tardes se ucranianizan a toda leche”; y otro día, en mayo: “Rulan los helicópteros por esos horizontes inhóspitos”.
Este escritor maravillante se acercaba todos los días a mirar al río y soñaba que llegaría una época en la que la gente dejara de tirar somieres a la ribera. Cada vez que veía cómo la ciudad de Zaragoza se iba equipando para la Expo escribía con la ilusión de un niño pobre que viera llegar por primera vez a su casa la tele.
Y, tras una temporada de catarsis, regresa Mariano Gistaín para mostrarnos, jubiloso, la Zaragoza renovada de la mano de María Clau. Ambos nos enseñan a mirar desde el amor las cosas; que el cierzo “es un factor romántico de primera magnitud”, que “el Ebro es el tiempo”, lo mudable y lo efímero, frente a la firmeza esencial de esa columna que sujeta a la Virgen.
Todo son sorpresas: El Paseo, por ejemplo: “Ahí acuden los adolescentes a estrenar sus primeros besos ante los edificios del poder”. Detalles opuestos que al juntarlos producen chispas. Desde lo de la columna, escriben, “ya todo es posible… y todo es prescindible. Zaragoza está siempre con un pie en la metafísica”.
Mariano Gistaín y María Clau recorren juntos la ciudad, “agudizan el alma” y avistan “el espaldar del Moncayo”. Desde las circunvalaciones observan que “Salduie, vista desde los bucles de las autovías que la cercan como una muralla, se deja peinar por el cierzo”, y se adentran en “playas inexpugnables a las que solo el amor permite acceder”.
Y hay que ir a la hemeroteca para descubrir que, tras los cambios y volantazos aparentes, el Gistaín de este libro es el mismo que desde su columna diaria del periódico pedía pantallas gigantes sustituyendo a las fachadas de los edificios nuevos, “para eliminar fachadas sin contenido, o con un contenido eterno. Esos kilómetros de mármol, esas avenidas sin alma”. Y esas pantallas gigantes mostrarían la obra dispersa de Goya.
El Mariano Gistaín que nos recomendaba mirar a la ciudad debajo de sus alfombras, porque “debajo de esos aves, de esas repoblaciones de hélices y esas autopistas a medio licitar, tiene que salir aún mucho contenido, tesoros culturales y en metálico, identidades variadas, sorpresas de antes de los celtas y los iberos”. Este analista diario de lo máximo y de lo mínimo aseguraba que “por el sitio, por los ríos y por los caminos, aquí debajo ha de salir mucha ferralla y mucha sintaxis… Con las prisas, se nos había olvidado mirar”, escribió en noviembre del 2006.
CON EL HUMOR A SALVO Y ahora tenemos, con su sentido del humor regresado y a salvo, a este hombre escribiendo en pareja que, bajando de La Muela ve a Zaragoza al anochecer “como una galaxia de puntitos iluminados en el valle. Hay que aparcar a la derecha y besarse”. Y sobre la Calle Alfonso escriben que “al entrar, ya flotas”. Y dicen luego que la Lonja “es Italia y es la Plataforma Logística de su siglo, que fue el de los doscientos palacios”, para afirmar más tarde que “lo mejor de las Delicias es la variedad del gentío y la comodidad en el vestir”.
Zaragoza sale contenta a la calle, como aquella noche del gol de Nayim. Y los autores dejan todavía medio libro para que cien personas hagan fila para llevarle flores a la ciudad.