Ángel L. Fernandez Recuero ha publicado en ‘JotDown’ sus impresiones de Barbitania y reseñas de los libros de Antón Castro “En el centro del jardín”, de Álvaro Alcaine Rueda “Todos los días veo una rotonda y pienso”, de Manuel Vilas “Dos tardes con Kafka” y de Mariano Gistaín “Nadie y nada”

“Una rotonda, dos personajes sin recuerdos, un diccionario kafkiano y mujeres que vuelan a la velocidad de la luz. Los libros que me traje de Barbitania”

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Ángel Fernandez ha publicado en JotDown sus impresiones de Barbitania, el Festival Literario de Barbastro

Además de los libros de Antón Castro, En el centro del jardín, de Álvaro Alcaine RuedaTodos los días veo una rotonda y pienso, y de Manuel Vilas, Dos tardes con Kafka, escribe sobre Nadie y nada, lo que le agradezco triplemente  : )

https://www.jotdown.es/2025/06/una-rotonda-dos-personajes-sin-recuerdos-un-diccionario-kafkiano-y-muejeres-que-vuelan-a-la-velocidad-de-la-luz-los-libros-que-me-traje-de-barbitania/

Además de reproducir un fragmento, escribe esto:

Conocí personalmente a Gistaín en la primera comida en la que compartimos mesa los asistentes al festival. Antes de que empezaran a servirnos me entregó un ejemplar de su libro. Lo abrí con curiosidad y me quedé enganchado hasta tal punto que me costó bastante trabajo conversar y comer al mismo tiempo, mientras la ansiedad lectora me hacía desviar una y otra vez la atención hacia la lectura subrepticia. Qué extraordinario y sorprendente experimento propone Mariano Gistaín en Nadie y Nada, un texto que parece brotar del corazón mismo del lenguaje para desplegarse en un espacio vacío, abstracto, donde la identidad se vuelve un eco, un juego, un reflejo roto. El punto de partida son dos personajes sin recuerdos, sin certezas, sin un origen al que aferrarse, y apenas provistos de unas cuantas palabras y retazos de cultura, que se lanzan a la tarea de reconstruirse. Este vacío radical, en el que la conciencia se despoja de referencias, habilita un territorio fascinante donde todo puede ser reinventado. Lo que para otros autores sería una tragedia —la amnesia, la pérdida de identidad— en manos de Gistaín se convierte en la posibilidad de empezar de nuevo: «Al no ser nada podemos hacer lo que queramos».

El texto avanza con la cadencia de un libreto teatral, con un ritmo de respiración escénica que recuerda la música absurda y elegante de Esperando a Godot, ese milagro de Beckett. Cada frase, cada mínima réplica, suena a intento de anclar la existencia, de no disolverse, pero también a burla sobre la imposibilidad de lograrlo. Los personajes se confunden, se mezclan, se atraviesan, como si el cuerpo y el alma fueran sustancias intercambiables, y no queda más remedio que agarrarse a una lista de la compra —zanahorias, patatas, judías— para no perderse del todo. Hay en ello un humor delicado, casi infantil, pero también una lucidez implacable: cuando no hay memoria, todo es presente, y todo puede ser posible, incluso la metamorfosis. Resulta admirable cómo Gistaín sostiene esa tensión entre lo real y lo irreal, lo tangible y lo virtual, en un diálogo constante que nos hace dudar de qué parte de la experiencia es auténtica y qué parte es puro artificio. En esa frontera difusa, el autor se sitúa con la misma naturalidad que FowlesPhilip K. Dick, y atrapa desconsideradamente a un lector poco acostumbrado a adentrarse en este territorio de simulacros.

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