Si de críos nos hubieran dicho que “estar en las nubes” llegaría a ponerse de moda…

La moda de los servicios en la nube ilustra en nuestros días el largo camino hacia el alma. El no tener nada, el despojamiento de cosas y bits que se apoderan de los espacios ya ingobernables y cada vez más amenazados de nomadismo e itinerancia. Cargar con todo eso. El inveterado prestigio del armario empotrado. Todo en la nube, un guardamuebles de una remota corporación que a cambio de nuestros datos (costumbres, compras, navegaciones…) nos almacena la vida. A cambio de la lista de los deseos. Todo en una contraseña. La nube es el cielo laico, inmediato, al que podemos ir y venir, a dejar y coger cosas, ideas, cuentas de banco, trasiegos, procesos, imágenes… “Estás en las nubes”. Metafísicas del XXI. La idea es que el contenido en la nube o en varias nubes es la esencia, y los cuerpos con su cerebro y sentimientos y emergencias se han convertido en periféricos, como una impresora. La inmortalidad está en la nube, aunque hay poca oferta. Si no actualizas -o no pagas la cuota- en x años se borra la cuenta. Algo platónico, nuevas espiritualidades dispersas, inmortalidades efímeras. Opcionalmente se puede pagar la inmortalidad con anuncios.

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