Empeorando a tope y mejorando a ratos

La piscina ebullía rampas y emitía efluvios más o menos letales, llamaradas y fulgores: la agencia opinaba que era por la central, pero los vecinos, reculando, intuían que la temperatura había subido tanto porque ya no podía refrigerar tantas mentiras. “La desesperación también caldea lo suyo”, dijo un independiente de la administración. El vicepresidente fue de mala gana a pedir disculpas, pero no dio ni una mano, ni un vaso de leche. La cosa efervescía por el bloque tres o cuatro, ya se habían desvaído los números, la pintura derretida gorgoteaba y los endebles se habían hecho fuertes con hachas y palitroques. Un caza se estrelló en medio de la calle y lo desvalijaron en un santimén. Los cables colgaban de las puertas de las casas ametralladas y la radio aún seguía emitiendo en la caja del motocarro que se la llevaba al mercadillo. Los aliados iban un poco perdidos y con el máximo cuidado porque sólo pensaban en quién iba a pagar todo ese destrozo: la última escaramuza, un poco más a la derecha y abajo en el mapa, pero por ahí más o menos, la iban descontado de los sueldos de la tropa, a plazos vitalicios. Los bancos abrían y cerraban oficinas, intercambiaban logotipos y las constructoras empezaban a medir los solares bombardeados o arrasados por la ola, según, ya que todo era global y el modus operandi, independientemente del sitio, iba todo parejo. El capitalismo del desastre ya había sido estudiado y amortizado en las décadas anteriores y los protocolos funcionaban como relojes ideales (ya que los de verdad se paraban a todas horas). Lo único que desconcertaba a Occidente, aparte de Oriente (cuyos espasmos resultaban de todas formas bastante previsibles dentro del caos) era el simbolismo inherente y la falta de formalidad en las etnias, que creían más inmutables. Los mercados lo veían todo ok.
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Juan Berrio busca frases por la ciudad y las dibuja.
http://juanberriofrases.blogspot.com/
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Dos chavales traficantes de armas por internet (Vía)

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