Hace quince años alguien fue a una agencia y encargó un cuento para ganar un concurso.
Esa persona se encontró ayer por la calle con la que llevó a cabo aquella gestión.
Le confesó que había retocado el final del relato.
La que compró el cuento también modificó el desenlace.
Aquel cuento tuvo tres finales:
-El original, redactado un profesional anónimo.
-El retocado por la persona de la agencia.
-El retocado por la persona que finalmente lo envió al concurso.
No ganó. Ni siquiera quedó finalista.
El premio -si lo hubiera ganado- era un regalo para un familiar que siempre había querido ser escritor,
y que falleció antes de que se hiciera público el veredicto del jurado.
Las dos personas que se encontraron ayer por la calle creen firmemente en el poder de la escritura,
tanto para profetizar el futuro como para crearlo.
Por ello, saben que han quedado atrapadas en la trampa de los tres finales y deciden encargar un cuarto desenlace que los redima a todos y les permita seguir con sus vidas atascadas.
Para ello han de encontrar a la persona que redactó el primer cuento y confesarle que lo manipularon.
