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La maestría de Mariano Gistaín
por
Octavio Gómez Milián
Mariano Gistaín es uno de los escritores más avanzados y originales de las letras aragonesas. Un referente en el manejo de las distopías cotidianas, la influencia del avance tecnológico en la sociedad y, también, un autor capaz de insertar la cultura pop en la literatura, haciendo del asombro su sello único y del costumbrismo aragonés una nueva forma de ciencia-ficción anticipatoria. En este Nadie y nada, la narrativa se construye en forma de diálogo interior, esquemático y abstracto, con claros efluvios al Samuel Beckett de Final de partida y, por ende, los abandonados protagonistas de las obras de teatro de Fernando Arrabal. El diálogo interior, sintagma arriesgado, entre A y B, como personajes atrapados en un remedo de “diálogo de besugos”, como se estilaba en los tebeos de los setenta y ochenta, busca el contraste entre un desierto apocalíptico de arena cristalizada y los restos de las páginas webs abandonadas tras el colapso digital. Son veinticinco años después de una bomba nuclear o un servidor caído, son A y B, el 1 y el 0, que no pueden sumarse ni multiplicarse porque el resultado deja de ser dúo y se convierte en único. Mariano Gistaín acelera y desacelera el diálogo, como instantes de arco voltaico, como el sobrecalentamiento de una resistencia que detiene el procesador de la vida: “No puedo ver más allá de mis pensamientos /¿Y cuáles son? Prácticamente ninguno / Entonces verás muy lejos. Hasta el infinito / ¿Y qué hay? Nada”.
¿Se puede dormir dentro de la muerte? Inmateriales, pero conscientes, intercambiables, pero únicos, los dos personajes son conscientes de la historia de la Humanidad, sus elucubraciones recorren libros, películas o series de televisión. Incluso dramas y viñetas: astronautas hibernando, videojuegos inacabados, sueños de los vivos, limbo de los muertos. Escapan al Test de Turing asegurando que no son máquinas porque no tienen miedo, intentan recoger el eco de una vida buscando el registro de sus almas al rebotar en las paredes invisibles que los rodean. Mutuamente traspasables, no responden a ninguna ley en concreto, así que exigen la única responsabilidad posible: el entrelazamiento cuántico. No es el dónde están, es la mayor probabilidad de encontrarlos. La maestría de Gistaín es manejar los instrumentos literarios para desarrollar un texto ágil, trufado de referencias científicas, pero que, por otro lado, funcionan para el lector humanista, a pesar de la exigencia teórica de las mismas. Es por eso que cualquiera puede sentirse identificado ante semejante despliegue de azar e identidades reseteadas, de duelos a garrotazos o perros hundidos en el alquitrán transparente. Es amor y es guerra, es beso y pelea. Uno duda y Gistaín parece responderte: es el azar, la estadística, el número, son monos en cantidad suficiente, durante infinito tiempo, tecleando máquinas de escribir -quizá mejor computadoras., las que en ausencia de límites, acabas delineando la existencia de A y B.
“Y si fuéramos los últimos, y si fuéramos los primeros” Se preguntan. Si hay ventana hay público que contempla, manifestación última de la cultura digital que nos rodea. Es una subasta, un canal de cable, un “pagar por ver”, donde se confunden los recuerdos implantados con los reales -y aparece un guiño al clásico “Blade Runner”, no por manido menos oportuno-, como si los protagonistas fueran una especie de mezcla entre “bots” de páginas de atención al cliente y “replicantes” de Philip K. Dick programados para “Gran Hermano”. Woody Allen y la muerte “No tengo miedo a la muerte, solo espero no estar ahí cuando llegue”, una emanación, romper la cuarta pared con una tercera letra, impar, que resuelve el empate.
Mariano Gistaín busca sorprender, busca mantener atento al lector, compartir con él el escapismo, la monotonía, la situación excepcional, lo cotidiano. Es una lista que crece conforme avanzan las hojas, acumulando tras de sí todo lo propuesto previamente, como en una intrincada narrativa de raíces y grafos, bosques de valor intrínseco que nos llevan a algunos estadios de Javier Tomeo. Encontramos la dicotomía entre Inteligencia Artificial y Dios Creador, encontramos, por otro lado, la necesidad de ambos entes/conceptos de sus creaciones para existir. Así que sin fuera no puede haber un dentro, sin voces no puede tener sentido el trueno. Si antes hablábamos de cultura pop, Gistaín trae los ectoplasmas de los Cazafantasmas, los muertos vivientes de George A. Romero y, por supuesto, Hal 9000, icónica y fundacional máquina de pensamiento autónomo, aparecida por primera vez en Odisea del espacio, el largometraje de Stanley Kubrick basado en la obra de Arthur C. Clarke. Incluso nos deja, como miguitas de pan o guiños al lector avezado, la idea de una canción, quizá Daisy Bell. “Te puedo dar todo menos el amor, baby”, resuena a nuestro alrededor. Es un final como otro cualquier, probable, pero no seguro: “si no hay público no existimos, si el público existe, nosotros también”. Una exigencia neuronal, la culpabilidad del lector, su responsabilidad más bien. Si no lee Nadie y Nada es probable que no existan A. y B. o, incluso, que nadie recuerde a un escritor llamado Mariano Gistaín.
Mariano Gistaín, Nadie y Nada, Zaragoza, Prames, 2024.