En el capitalismo espectáculo las declaraciones hacen milagros o causan debacles. Hoy ha ocurrido lo primero. Y sin echar un euro. Las palabras de Mario Draghi, del BCE, han cambiado el espin de las bolsas y el dogal de las primas. Este señor, italiano, es ya una estrella superfamosa. Primero por agarrado y merkelianista, por dejar que el continente de hunda poco a poco a toda velocidad, y luego, hoy, esta tarde gloriosa, absurda y feliz, por un par de frases. Ha dicho:
“El Banco Central está dispuesto a hacer todo lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, eso será suficiente”
Es de western (espagueti). No ha enviado el furgón del dinero que pedía Rajoy hace un mes en plena agonía barroca. No ha transferido un euro. El aviso ha sido suficiente. Lo que quieren los mercados es velocidad, la misma que llevan los ordenadores y sus amos. Y lo que quieren los ciudadanos comprimidos es un poco de dinero real, para comprar chuches. La famosa confianza.
Europa tiene depositada toda su confianza y todo su futuro en ese banco hermético, que desde febrero no suelta un céntimo. A ver ahora, con este anuncio, avance, demo jugable, si despeja la nubarra. Todos tememos que salga Merkel esta misma noche y nos corte la sunrise incipientísima.
Puede ser que la frase haya venido obligada por la inauguración de los Juegos Olímpicos, como se celebran en Londres, que es donde se corta y se trampea lo financiero (¡la city!), pues a lo mejor le han dado un touch a este Draghi para que alegre al gentío bursátil. Nadie quiere unos Juegos lúgubres, como iba a ser, con el mundo atascado, apalancado y harapiento.
A ver si este anuncio se convierte en una burbuja -incluso de sí misma- y damos un empentón. Es que así no se pude seguir: hasta la corrupción está casi parada.
