Artículo de Antón Castro en Heraldo de Aragón sobre la novela de Mariano Gistaín “Se busca persona feliz que quiera morir”

Artículo de A Castro sobre Mariano Gistaín en Artes y Letras Heraldo de Aragón 28-3-19

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Retrato de un visionario con avatar

ANTÓN CASTRO

Se busca persona feliz que quiera morir

Mariano Gistaín.
Limbo Errante.
Zaragoza, 2019. 255 páginas.

Mariano Gistaín (Barbastro, 1958) ha vuelto a la ficción en solitario, a su modo, con un personaje errático, desdibujado por la nada, de 44 años y orillado por el amor y el sexo, que decide casi por accidente, o seducido por la publicidad, someterse a la criogénesis, algo que no es una invención.

Mariano Gistaín, que siempre va por delante y tiene la facultad de anticipar el futuro tecnológico, y quizá empresarial (sería el mejor asesor en materia de nuevas tecnologías y periodismo, pero nadie lo ha puesto a pensar en libertad porque es demasiado independiente), constató ya en 2016 que ese sector dedicado a la congelación de cuerpos era un sector emergente e incluso, y no es ciencia ficción o surrealismo, contaban con una web con diferentes ofertas.

El experimento al que se somete el personaje innominado del libro –acuciado por las urgencias o escalofríos de su «yo digital»– le va a llevando hacia diversas mujeres y pruebas. Él no solo es un solitario, sino también alguien atraído por asuntos muy frecuentes en la Zaragoza en que vive: «Inteligencia artificial, drones, impresión 3D, coches eléctricos, hidrógeno, física cuántica, huertos ecológicos verticales, empatía, lanzaderas para emprendedores, consejos y mentorizaciones, energías limpias, aceleradoras de ‘startups’, inversores…». Este es su mundo.

Su curiosidad es mayor que su escepticismo y subraya: «He acabado por creer todos esos preceptos que forman el espíritu –o la materia– de mi tiempo». Su curiosidad también es superior a su escepticismo: «Confieso que las decisiones, en un 99% de los casos, las toma la vida por mí: el Banco Mundial, la empresa, la familia, la tradición, la moda, la publicidad, Hacienda, el navegador del móvil…»

A este sujeto lo citan en un lugar de la calle Bolonia, el Contenedor Creativo, que está dividido en varios contenedores de barco, donde en teoría le harían la criogenización. Así arranca la novela, y podría decirse que el método o la estrategia es genuinamente «made in Gistaín», pero a partir de ahí empieza una suerte de travesía, aventuras y quizá de zozobras, de este ser que va conociendo muchos cosas: la humillación, la esperanza, el desconcierto, la persecución de Hacienda y el amor. La novela mezcla esos diálogos delirantes, hilvanados con constantes hallazgos y juegos de palabras, con una ternura, sentimental, salvaje y secreta.

El personaje descubre que la empresa, que no tardará en contar con socios mexicanos, ha estado haciendo pruebas con gatitos o con un grupo de pobrones. El protagonista se enfrentará a un sinfín de incidencias. Las mujeres serán quienes le llevarán de prueba en prueba: primero Irene, luego Rossi, más tarde Claudia, o Linda, y Edita, y en las fases de la criopreservación, el primer paso para hacia la inmortalización, la novela se empieza a llenar de tramas y subtramas que avanzan como la sinapsis de Cajal. Aquí todo mancha: hasta la soledad del pensamiento. Aparece una secta de escritores negros y un cuento más o menos enigmático de apenas tres folios que perturba las conciencias y los destinos, y el autor crea una especie de laberinto policiaco y científico donde es tan importante un detective que se llama Luciano Gracia, con un hombre vinculado con la base aérea norteamericana, Santos Palacián, como los cuentos de Jorge Luis Borges o ‘El largo adiós’ de Raymond Chandler.

Identidad y frío

Mariano Gistaín mezcla muchos registros. Uno de sus temas es, siempre, la identidad. Se plantea la dimensión metafísica y existencialista del sujeto, y reflexiona sobre ello una y otra vez, casi a la manera de Javier Tomeo: con un desvío hacia el absurdo y la anticipación. Es un escritor visionario, realista y fantástico. El protagonista es un sujeto a la deriva, a merced de los otros y de esos avatares interiores que lo convierten en una piltrafa (o ya lo era), magullado en un universo ‘matrix’. Es también un libro de afectos, de paisajes, de humor e ingenio permanentes, y un relato de la vanguardia tecnológica, de los avances científicos, y un prodigio de talento y plasticidad.

Mariano Gistaín y sus editores acuñan un término feliz: «Cibercostumbrismo». El estilo mezcla brillantez, erotismo, ironía y lirismo, y deslumbra por su arsenal de recursos y de talento. Nadie escribe en España como Mariano Gistaín. Lean: «Paseamos con Irene. Nos acariciamos despacio, casi sin pulso, como si fuéramos de cristal. Nos vamos excitando lentamente mientras baja el sol por las colinas del fondo y reverbera en los depósitos cromados de las granjas de cerdos que ocupan todos los horizontes. El olor a purines se clava en el cerebro. Te acostumbras y al final ni lo notas, dice Irene, pasando a la fase B, que todavía es preliminar, pero avanzada. Un tractor enorme curva la tarde».

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Artículo de Antón Castro en Artes & Letras, Heraldo de Aragón, 28-3-19

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